Adicción Maldita

Adicción Maldita es obra de un periodista Uruguayo, se las comparto, bajo su autorización.

Por Richard Prieto Mazzoli

Uruguay

No era yo en ese momento, o tal vez era en ese instante el único en el que me conocía,  intuía mis necesidades, mis miserias me alejaban de la lástima propia y ajena  y me arrojaban sobre la playa del suicida.

Una y otra vez necesitaba de ese subterfugio maldito y querido, la muerte no era una amenaza sino una prueba  alcanzable, el amor se transformaba en carne caliente, sudor y fiebre, remolino de deseo que transformaba la rara existencia en una circunstancia atada al deseo y sometida.

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Su forma de amarme me transformaba en un ser vivo, cada centímetro de su piel parecía un censor de placeres y cada estertor de su cuerpo, cada gemido de éxtasis, correspondía perfectamente a la contraparte de mi experiencia sensual. Su suavidad me inundaba de mujer, su lengua detectaba palmo a palmo cada sitio vivo en mi geografía y entrar en ella me hacía traspasar la frontera de mi falta de sentido; creía poseerla, pero como casi siempre pasa con las mujeres, cada espacio que penetraba de su cuerpo era solamente la confirmación de mi pertenencia absoluta a ese deseo. Era un único momento en el que no me preguntaba para qué vivía.

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Ángel se dejó llevar por su tripa, sintió el calor que abrasaba su piel y el fuego quemando entre sus piernas. Nadie lo miraba. Como envueltos en su sopor de éxtasis cada uno solo se veía a sí mismo, la música penetraba en sus oídos con la cadencia eléctrica y envolvente que le gustaba sentir cuando se encontraba en ese estado.

Cuando la vio sólo pensó en poseerla, tener su cuerpo; desde una tarima ella le pedía que se acercara sin mover sus labios, con el imán de su cuerpo que se le ofrecía como una promesa de placer y dolor, abierto y generoso.